Existia aquel frío que solamente se da en la ciudad
esa ciudad inmensa que entremedio de los edificios
se colaban algunas gotas de agua, era invierno
y como no iba serlo si mirabas hacia arriba y
unas nubes negras invadían el cielo.
Santiago diez de la mañana, las calles llenas
de pañuelos y resfriados, toz y sueños encandelados
el paso apurado de algunos, y oficinas repletas
los paraguas en la calle, cerrados y otros encima
de cabezas y en la mía un gorro de genero que
no alcanzaba a tapar lo helado de mi nariz
Encima, encima, encima esos rascacielos gigantes
y entonces no queda nada más que caminar,
frotar las manos e intentar mantener el calor corporal
debajo de chaquetones, polerones, poleras y unas
zapatillas empapadas.
sábado, 24 de marzo de 2012
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